COLUMNAS

¿En verdad piensa usted que la nave llegará a buen puerto?

ECONOMÍA SIN LÁGRIMAS

Ángel Verdugo

 

Un lugar común para calificar la gobernación que todo gobernante lleva a cabo es preguntarse si el barco —que representaría al país y/o su economía— llegará a buen puerto. La respuesta estaría basada en no pocos elementos; algunos cuantitativos y los más, particularmente cuando la respuesta se da al principio del encargo del gobernante, serían cualitativos.

En los tiempos actuales, con la facilidad que existe para obtener datos e información sobre el comportamiento de casi cualquier variable relacionada con la economía, no es infrecuente que desde el principio de un gobierno sea posible elaborar una respuesta de la pregunta del título. En consecuencia, ¿es válido que quienes defienden al actual gobierno pretendan descalificar todo juicio acerca de él a estas alturas? Asimismo, ¿tiene sentido afirmar que, apenas con dos meses y medio del gobierno, es imposible formarse una idea clara y objetiva del desempeño que tendría en su encargo y por lo tanto, afirman sus defensores, habría que esperar cuando menos dos años para elaborar un juicio?

Al margen de la respuesta que usted dé a cada una de las preguntas del párrafo anterior, una cosa debe quedar clara: las simpatías políticas e ideológicas hacia un gobernante y el gobierno que encabeza, en modo alguno, son argumentos para descalificar juicios y pronósticos acerca de su desempeño durante su encargo. Es más, los que basan la defensa de aquellos –gobernante y gobierno– deberían, en caso de estar interesados en una defensa objetiva y sustentada en datos duros no únicamente en la ideología, entender cómo funciona la economía y la importancia que para el análisis tienen las series de tiempo de variables clave.

Toda economía, en la medida de sus dimensiones, se comporta como un barco en altamar; hay una relación directamente proporcional entre las dimensiones del barco, y el tiempo y distancia que le toma realizar un viraje. Es decir, si una economía viene comportándose de cierta manera, el tiempo que le tomaría detener el deterioro —en caso de que ése fuere el comportamiento— estaría relacionado con la profundidad y gravedad del mismo.

Nuestra economía, si nos atuviéremos al comportamiento de un conjunto de variables como la deuda del Sector Público y su costo, Aportación Pensionaria, PIB, Superávit Primario, Inflación, Paridad Peso-Dólar y la Tasa de Interés de Referencia, entre otras igualmente importantes, deberíamos concluir que, en vez de hablar de una solidez económica y finanzas públicas sanas, lo que correspondería al próximo gobierno es partir de la fragilidad de la primera y la debilidad de las segundas.

En consecuencia, el margen de maniobra del gobierno que hace dos meses y medio entró en funciones es reducido; por lo tanto, las medidas a tomar y las políticas públicas a desarrollar y aplicar tienen que ser congruentes con esa realidad, no con la visión ideológica y política del gobernante.

Éste, lejos de pensar que sus compromisos de campaña deben ser concretados a toda costa, debe hacer hasta lo imposible por desarrollar políticas que buscarían, en el menor tiempo posible, elevar la tasa de crecimiento del PIB y mejorar la salud de las finanzas públicas.

No se trataría aquí, dada la cruda realidad de lo recibido, de pretender borrarla al conjuro de posiciones ideológicas y de la búsqueda y construcción de nuevas clientelas políticas porque, al intentarlo, lo que lograría sería reducir la tasa del PIB, y una debilidad mayor de las ya de por sí débiles finanzas públicas.

Por lo tanto, si lo visto a la fecha del nuevo gobierno es lo opuesto a toda racionalidad económica y políticas que sólo estimulan el crecimiento del gasto improductivo disfrazado de programas sociales, el único destino posible del barco, cuyo timón conduce el nuevo gobernante, es el hundimiento o estrellarse antes de pensar siquiera en llegar a buen puerto.

 

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