Por Horacio Corro Espinosa
Para el 5 de enero de 2018
No es raro encontrarse periodistas, o mejor dicho, gente que se hace llamar “periodista”, que cuando son señalados o descubiertos que no lo son, usan un truco bastante viejo para defenderse de esas acusaciones.
Habrá que decir que esos seudoperiodistas son los que acostumbran extorsionar, mentir, alterar hechos, y muchas veces se hacen pasar con el nombre de algún periodista conocido.
Cuando son desenmascarados y se les exhibe públicamente, se hacen llamar víctimas. Y lo de siempre: ellos no son responsables de nada, y ante tanta “persecución” se dicen torturados. Pero no nada más eso, aseguran que lo que hicieron no es delito, entonces se hacen los mártires.
En las redes sociales se autonombran “profesionales”, y además, perseguidos por la verdad, cuánto saben perfectamente que la mentira es su ley.
Si se les pregunta dónde escriben, se escudan en sus cuentas de tuiter, o de Facebook, o de lo que sea, y con ese cobijo creen que tienen el derecho de llamarse periodistas.
Periodista podemos serlo todos. Puede ser aquel que escribe periódicamente en una red social, pero eso no significa ser un profesional de la información.
Aquí es el punto donde muchos se pierden, principalmente los políticos, quienes prefieren tratar con los extorsionadores, con los que les inventan historias en las redes sociales, pues al no aguantar tanto golpeteo, prefieren ofrecerles 50 pesos y todos quedan felices y contentos, además de ofrecerles algunas comelitonas y borracheras.
En realidad esos políticos o empresarios no entienden, o no quieren entender, que quienes les hacen una imagen pública negativa e inventada, apenas si llegan a una docena de seguidores ficticios en las redes sociales.
Cuando los funcionarios públicos o los empresarios hacen ese tipo de tratos, automáticamente denigran el trabajo verdaderamente profesional.
El 22 de diciembre el gobernador del estado, Alejandro Murat, ofreció un desayuno de fin de año a los periodistas oaxaqueños. Quien otorgó las acreditaciones para el ingreso a ese evento, fue nuestra compañera periodista Gisela Ramírez. Ella es reconocida profesionalmente por todos los miembros del gremio periodístico, sin embargo, los dizque periodistas, los que ni figuraban en la lista de invitados (aquí debo decir que yo tampoco figuraba en esas listas pero no soy seudoperiodista), la amenazaron al decirle que si no les entregaba “sus” pases para el desayuno, se atuviera a las consecuencias. Eso fue una amenaza grave. Y como no consiguieron su objetivo, la vapulearon en las redes con el fin de conseguir su despido. Poco faltó para ello. Por fortuna, los compañeros periodistas le ofrecieron su respaldo y reconocimiento por todos los medios, y el asunto pudo detenerse.
Si Gisela se hubiera amedrentado ante las exigencias de esa gavilla de asaltantes, les hubiera dado los pases que exigían.
En venganza, estos tipos entraron al desayuno sin invitación, y después, a la salida, se robaron algunos pavos y canastas de regalo que estaban designados para los trabajadores de los medios de comunicación.
Creo que es hora de que los periodistas luchemos para dignificar al verdadero periodismo. Es hora de que la gente abra los ojos y aprenda a reconocer a los que nos dedicamos a picar piedra todos los días, de los que estiran la mano para recibir el billete sin nunca haber escrito en algún medio de información reconocido.
No hay que olvidar que muchos de estos sujetos que se han hecho pasar con nombres falsos, son los mismos que han puesto en peligro la vida de algunos compañeros reporteros.
Lo triste es que muchos políticos prefieren a los cargadores de espejos, que al periodista que trabaja para sus lectores o sus oidores.
El seudoperiodista ha sabido engañar a los ignorantes, y también a los funcionarios que creen que al darles dinero, traen a los “periodistas” con mayor rating o a los más populares, o a los más importantes de los medios. Cuando el político o el empresario hacen eso, firman automáticamente un compromiso con la corrupción.
Cada vez hay más de esos vivales que se enrollan en la bandera, y desde su propio castillo se avientan al vacío para defender a su tonto cliente.
Va mi solidaridad para la compañera periodista Gisela Ramírez, quien, desde luego, no está sola.
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