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PASCAL BELTRÁN DEL RÍO

El pasado 1 de julio, el Partido Revolucionario Institucional se estrelló con un iceberg.

Puede que sus militantes aún no lo sepan, pero el PRI se está hundiendo irremediablemente.

Es sólo cuestión de tiempo antes de que unos comiencen a correr despavoridos hacia los botes salvavidas y otros se digan resignados a su suerte y se sienten a tomar un brandy o toquen los violines mientras las aguas comienzan a envolverlos.

Lo irónico es que esto ocurre mientras el partido se prepara para festejar los 90 años de su fundación, ocasión en la que renovarán la dirigencia y elegirán a quien será el duodécimo líder nacional en ocho años. Quizá Ivonne OrtegaAlejandro Moreno o José Narro.

Es verdad que el PRI ya había pasado por la traumática experiencia de ser expulsado de la Presidencia de la República y, quizá por eso, algunos crean que puede resurgir de este golpe.

Sin embargo, hasta las múltiples vidas de los gatos se agotan. Aquella vez, en 2000, los priistas pudieron atrincherarse en las gubernaturas de los estados, desde donde se reorganizaron para lanzar un exitoso asalto sobre Los Pinos en 2012.

En esta etapa, para su desgracia, se enfrentan a un Presidente que quiere acumular tanto poder hasta dejar a sus opositores sin aire. Andrés Manuel López Obrador no dará al PRI el espacio que le dieron los presidentes surgidos del PAN, especialmente Vicente Fox, quien, pudiendo haber dado la puntilla al tricolor, no lo hizo.

Los priistas tienen la suerte de que este año y el siguiente ninguna de las 12 gubernaturas que detentan estará en juego en las urnas. Las dos que se disputarán este año –Baja California y Puebla– tienen como posible víctima al PAN, que corre el riesgo de perderlas ante Morena.

Pero dentro de dos años, en 2021, el PRI verá disputado su poder, de golpe, en siete de esos estados: Colima, Campeche, Sonora, Zacatecas, Guerrero, Tlaxcala y San Luis Potosí. Y en 2022 en otros tres: Sinaloa, Hidalgo y Oaxaca. La ausencia de retos electores en 2019 y 2020 tal vez hagan pensar a algunos priistas que no todo está perdido y que hay futuro para el partido.

En el pasado, la flexibilidad ideológica del PRI le ayudaba a dominar la escena política desde el centro, pero en los tiempos de polarización que vivimos eso parece más una desventaja.

Además, López Obrador le ha arrebatado las banderas populistas, mientras que sus postulados de responsabilidad fiscal y apertura económica lucen mejor en manos de lo que queda del PAN.

A estas alturas de 1929 se acababa de publicar un desplegado con la convocatoria para crear un partido político que sumara a las distintas facciones que salieron victoriosas de la Revolución Mexicana. Ese partido, el Nacional Revolucionario (PNR), se formó durante una convención en Querétaro, entre finales de febrero y principios de marzo de ese año.

El 17 de noviembre de 1929, el PNR fue por primera vez a las urnas, en una elección presidencial extraordinaria, llevando como candidato a Pascual Ortiz Rubio, para completar el sexenio que hubiera correspondido al asesinado Álvaro Obregón.

Ese primer Presidente electo de la era PNR-PRM-PRI estaba marcado por el Maximato de Plutarco Elías Calles, el caudillo sonorense que había conducido de cabo a rabo la gestación del partido.

Ya con Lázaro Cárdenas en el poder, las características del régimen revolucionario mutaron y se creó una Presidencia imperial –sin la tutela de exmandatario alguno–, en la que el Ejecutivo en turno concentraba el mando y lo perdía totalmente en el momento en que se lo cedía a su sucesor.

Curiosamente, el aniversario 90 del PRI, que se verificará en menos de un mes, coincide con una era de concentración de poder que mucho recuerda al callismo, pero protagonizada por otra fuerza política: el Movimiento Regeneración Nacional.

Igual que el PNR, Morena nació por el impulso de un caudillo, a quien muchos no le creen que no busca reelegirse. Quizá habría que dar por buena la promesa de López Obrador de que no será Presidente más allá del 30 de septiembre de 2024.

Lo que no se ha visto, a lo mejor, es que quien lo suceda probablemente será alguien de su hechura política. Si se le dan las cosas al tabasqueño, el Ejecutivo entregará la banda presidencial a quien él haya escogido, algo que no sucede desde 1988.

Ese año, Miguel de la Madrid se la entregó a Carlos Salinas de Gortari, sin duda su favorito en la carrera presidencial. Pero a partir de ese día, De la Madrid no tuvo influencia en Los Pinos, pues esas eran las reglas del sistema político.

Como se ven las cosas hoy –aunque es innegable que puedan cambiar, pues la política es caprichosa–, el sucesor o sucesora que López Obrador haya escogido gobernará a su sombra, muy de la manera en que Yeidckol Polevnsky es hoy sólo la dirigente formal de Morena.

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