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Tintes católicos salpican el Día de Muertos; fragmentos de cultura europea

  • La historiadora Elsa Malvido explica que esta celebración es mestiza y no una fiesta prehispánica; posee símbolos de la Iglesia católica y, aunque inició en el siglo XVI, cobró fuerza en el XIX

CIUDAD DE MÉXICO.

El Día de Muertos en México es una tradición católica-mestiza, iniciada en el siglo XVI y que cobró fuerza en el siglo XIX, y no una fiesta prehispánica, como cree la inmensa mayoría de los mexicanos, de acuerdo con la historiadora Elsa Malvido, quien dedicó 44 años de su vida a investigar dicha tradición.

En sus investigaciones en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dio cuenta de los orígenes de esta festividad, en la cual coincide con el catolicismo acerca de que los altares de Día de Muertos y la espera en vela en los panteones, previo al 1 y 2 de noviembre, comenzó con el México mestizo y no antes.

En el mismo sentido, para la Iglesia católica, la práctica común de celebrar el Día de Muertos en México como lo conocemos hoy, fue un proceso en el que influyeron decisivamente los jesuitas desde el Siglo XVI.

El INAH y la Iglesia reconocen que se retomaron símbolos prehispánicos, como los cráneos o la flor de cempasúchil, lo cual ha hecho pensar en el carácter precolombino del Día de Muertos que se vive en la actualidad.

En el libro La festividad indígena dedicada a los muertos en México (Conaculta, 2006), Malvido apunta que el altar de muertos, las calaveras de azúcar y los panes con forma de hueso forman parte del sincretismo de la cultura europea y prehispánica, y que la celebración del 1 y 2 de noviembre data desde la edad media en el viejo continente.


EL SINCRETISMO EN DÍA DE MUERTOS


Trazar un camino de flores de cempasúchil, colocar tamales, pulque y camote en las ofrendas, adornar con papel picado con calaveras, flores y otros motivos tradicionales fue una costumbre que tomó fuerza poco a poco y hoy sigue vigente.

Todos estos elementos que hoy forman parte cultura mexicana y que mantienen a nuestros Días de Muertos como patrimonio inmaterial y cultural de la humanidad, es resultado del sincretismo de la tradición indígena y española.

Incluso, las ofrendas que se colocan en la madrugada del 1 de noviembre tienen su origen en la Europa medieval y son costumbres católicas y profundamente jesuitas, incluso de raigambre romana, afirmó en sus múltiples escritos la historiadora ya fallecida Elsa Malvido.

Las fiestas de Todos los Santos y de Fieles Difuntos, puntualizó, son rituales que se inventaron en la Francia del siglo X por el abad de Cluny, quien decidió rescatar la celebración en honor de los macabeos, familia de patriotas judíos reconocidos como mártires en el santoral católico, el día 2 de noviembre y dispuso el día anterior para celebrar a los santos y mártires anónimos, aquellos que no poseen nombre ni apellido ni celebración en el calendario ritual católico.

El Día de Todos los Santos se disponía en el templo de un inmenso altar en el que se exhibía el ara, es decir las reliquias de personajes santos que cada iglesia poseía en sus altares, bien fueran huesos, cráneos u otros restos, la tierra donde fueron enterrados o una parte de la ropa que portaban.

“Dichas ceremonias son netamente españolas, coloniales, cristianas y, en algunos casos, romanas paganas, enseñadas por frailes, curas y otros europeos a los indios y mestizos.

“Esas celebraciones han sufrido otros cambios. Uno muy importante se da durante la separación de la Iglesia y el Estado en 1860 con las Leyes de Reforma, cuando la muerte fue controlada por el estado civil y enterrada en los panteones civiles o privados, y la otra, más tardía, creada por los ideólogos del gobierno de Lázaro Cárdenas”, destaca en el libro.


VELAR EN LOS PANTEONES


Permanecer en vela en los panteones para aguardar el día 1 y 2 de noviembre tampoco es una celebración prehispánica, insiste Malvido. Los fieles solían pernoctar el día que Cristo es crucificado y velar su cuerpo, y lo mismo hacían con sus familiares fallecidos el día que los enterraban, así como al cumplirse un año del fallecimiento.

Así que cuando las Leyes de Reforma retiraron los panteones de las iglesias y los volvieron cementerios civiles, esa tradición y la verbena, se trasladó a estos sitios.

Por 25 años, Elsa Malvido, estuvo a cargo del INAH del Taller de estudios sobre la Muerte, en el cual también se dejó en claro que durante el Cardenismo se respaldó la idea de que la tradición del Día de Muertos era netamente indígena, idea que hasta la actualidad se mantiene en el imaginario colectivo.

“Entender que los intelectuales de entonces (década de 1930) rescataron y recrearon algunas costumbres populares coloniales, católicas y/o romanas paganas y les asignaron un nuevo sentido, entre ellas, a las fiestas de Todos Santos y Fieles Difuntos, otorgándoles un sentido prehispánico y nacional, difícil de probar, pero fácil de creer”, puntualizó en La Festividad Indígena Dedicada a los Muertos en México.


AÑO 371, ORIGEN DE DÍA DE MUERTOS


El Día de Todos los Santos y el de los Fieles Difuntos fueron instituidos por la Iglesia católica en épocas distintas y sus fechas de celebración sufrieron varías modificaciones, antes de quedar fijadas para el 1 y 2 de noviembre, respectivamente.

La enorme cantidad de mártires cristianos llevó a la Iglesia en el siglo IV a establecer un día para conmemorarlos a todos, pues el calendario no alcanzaba para darles a cada uno el suyo.

La primera fecha fue el 21 de febrero. Pero en 610, la liturgia de los santos cambió al 13 de mayo, día en que el papa Bonifacio IV consagró el Panteón Romano como templo de la Santísima Virgen y de Todos los Mártires.

Más tarde, Gregorio III (731-741) la transfirió al 1 de noviembre como respuesta a la celebración pagana del Samhain o año nuevo celta, ahora llamado Halloween o Noche de Brujas, que se festejaba la noche del 31 de octubre con la creencia pagana de que se producía la apertura entre el mundo tangible y el del más allá, y que los muertos venían a visitar a los vivos.

El Día de los Fieles Difuntos tomó su fecha actual en el Siglo X en Francia, en el Gran Monasterio de Cluny, el 2 de noviembre de 998, cuando San Odilón, su quinto abad, decidió rezar por el descanso de “todos” los muertos.

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