COLUMNAS

La construcción del mañana mexicano

JAVIER CÁRDENAS

¿Qué es más importante?: a) adivinar el futuro, b) esperar el futuro, c) planear el futuro o d) construir el futuro. Es muy probable que ninguna de las cuatro opciones sea importante porque son indefinidas. Requieren unas respuestas precisas a unas preguntas previas:

¿El futuro de quién o de qué?, ¿de una entidad tan compleja y tan diversa como nuestra nación?, ¿de la familia o de la educación o de la instrucción escolar o profesional?, ¿de los burócratas federales, estatales o municipales?, ¿de los aeropuertos de CDMX?, ¿de los miembros de la Suprema Corte de Justicia?, ¿de la Constitución de la República Mexicana?, ¿de la Seguridad Pública? ¿De la macroeconomía y de la microeconomía?, ¿de los salarios, empleos y desempleos? En pocas palabras, ¿qué va a cambiar y qué va a permanecer?

El futuro no existe. Al existir deja de ser futuro y se convierte en presente, pero al menos puede tener un cierto grado de probabilidad (hay un 100 por ciento de probabilidad de que el sol salga por el oriente y se duerma plácidamente en el occidente). ¿Qué porcentaje de probabilidad tenemos de que el futuro de la nación y de los mexicanos sea mejor o peor dentro de seis meses? No hay respuesta para esta pregunta, solamente promesas, deseos, ilusiones. Las especulaciones dependen de la interpretación de los hechos que, cada quien y cada día, va haciendo presentes y que parece que van indicando tendencias económicas, políticas, ideológicas tan frágiles como los discursos. Las filias y las fobias, los temores y esperanzas, los fanáticos y sus adversarios juegan un papel muy importante en esta ficción del futuro nacional, como si el triunfo o la derrota beneficiaran a unos y perjudicaran a los adversarios, cuando en realidad afectan a todos los que navegamos en este “Titanic”.

El subjetivismo intensamente emocional asociado a la fantasía de los ciudadanos ha sustituido al razonamiento objetivo, al análisis económico y cuantitativo, a la ponderación ética de las propuestas y sus consecuencias previsibles para la sociedad futura. Los criterios para decidir primordialmente se han vuelto “políticos” y han alejado el mejoramiento de la educación, de la salud, de la seguridad familiar y social, no solo al último lugar sino que los han convertido en unas herramientas o medios para conseguir o consolidarse en el poder mal llamado “político” (porque el significado correcto de “político” es “ciudadano” y no “poderoso”).

Frente a este escenario del futuro no sólo confuso sino confusional, tenemos una excelente alternativa que no se nos había presentado en los sexenios anteriores: hacernos responsables de construir el futuro democrático que queremos tener. Las últimas décadas hemos estado atenidos a que el Presidente y los legisladores en turno decidan nuestra salud, educación y seguridad. Ingenuamente hemos confiado en que decidan y construyan nuestro bienestar presente y futuro, que ellos presuman de ser los autores de nuestra democracia.

Hay que sepultar los fanatismos ideológicos estériles y dictatoriales, y asumir la responsabilidad personal de construir hoy nuestro mejor y más probable mañana. A nosotros nos toca elegir lo que cambie y lo que permanezca de lo que somos y tenemos.

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